166- El sueño de Adán. Por Adela León
- 30 octubre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, carta, relatos
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(La Imaginación se puede comparar con el sueño de Adán: cuando él despertó se había hecho
realidad. John Keats)
Estimada Miss Jones,
Como ya le auguré en nuestra primera entrevista, esta investigación no ha sido tarea fácil.
Los acontecimientos que he de referirle me obligan a explicarle que si bien las investigaciones de un detective de Scotland Yard suelen ser de lo más variopintas, conviene aclarar que en esta ocasión los acontecimientos extraordinarios que he vivido desafían mi raciocinio y no me permiten experimentar el sentimiento de plenitud que suele proporcionarme la solución de un enigma. Si bien es verdad que la adversidad es fuente de interminable infortunio, también lo es que sirve para mostrar el material del que está hecho el ser humano. Desde el primer instante me pareció usted una mujer serena, despierta y de intelecto agudo (le ruego me perdone esta intromisión en su privacidad, pero he de aclarar que no me corresponde a mí, un oficial de policía, juzgar la honestidad de su relación con el desaparecido), por eso no dudé en creer sus sombrías sospechas acerca del paradero de su amado Mr K. De ellas partí para iniciar mis investigaciones, las cuales me han llevado a diferentes lugares de nuestro admirable país, algunas veces sin resultado alguno, con lo que volver con las manos vacías comenzó a convertirse en una suerte de desesperante hábito.
Sin embargo, como soy un hombre obstinado, no cejé en mi empeño de encontrar alguna pista, algún detalle que pudiera arrojar algo de luz sobre mis pesquisas, a la vez que aportar algún consuelo a su inquietante espera. Afortunadamente mis creencias religiosas se hallan fuertemente cimentadas, de lo contrario habría achacado a alguna fuerza sobrenatural o voluntad maligna lo que pasó, y que ahora paso a relatarle.
Volvía yo de cenar con mi querida madre en la casa que ésta posee en Walton Street, no lejos del puente que cruza el Támesis, a la altura del mercado del Heno, una zona hermosa en primavera, como usted ya sabrá, pero que soporta el inconveniente durante los meses más fríos del invierno de verse rodeada de una espesa y persistente niebla, cuando, como decía, al encaminarme hacia el puente lo hice a través de un atajo que cruza Hampton Park. Seguía mi camino con atención para no perderme en las muchas vueltas y revueltas que el sendero hace en la fragosidad del parque cuando me pareció ver por unos instantes entre el follaje unos cabellos dorados que se movían y desaparecían en el momento en que yo, movido por la curiosidad, me acercaba cautelosamente. Me introduje entre la vegetación abriéndome paso con mi bastón, pues en algunos momentos el bosque se hace allí inextricable, hasta llegar a un claro donde encontré una mujer hermosísima, adornada de la cabellera dorada más extraordinaria que jamás he visto, que se hallaba perdida según me informó. No puedo dejar de confesarle que encontrar una joven hermosa y sin compañía a esas horas de la noche me pareció algo extraño, más aún descubrir algo salvaje en su mirada que me estremeció. Aún así algo en su continente me invitó a interesarme por su cuidado. Cortésmente le inquirí acerca de su persona y aunque no me dio su nombre, sí me informó de que vivía en Wentword Place, en Hampstead, aunque pensaba mudarse pronto. Compadeciéndome de ella, pues además de encontrarse perdida, se encontraba aterida de frío, la acompañé hasta recuperar el camino y luego le indiqué cómo llegar a casa de mi madre, la cual sin duda la atendería con mucho gusto y
dedicación.
La mujer, agradecida, y aquí está lo extraño, puso en mi mano una nota y rogándome encarecidamente que no siguiera buscando, se despidió y más bien huyó en la dirección que le había indicado. Yo, tan cerca de resultar sorprendido como mi naturaleza me lo permite, abrí el sobre y leí lo que a continuación le transcribo:
A su gruta de duendes me llevó
Y allí con cuatro besos cerré sus ojos
Silvestres, salvajes,
Y allí soñé
El último sueño que jamás soñé
En la ladera de la colina fría.
El misterio de estas palabras no cayó sobre mí como una revelación, sino más bien al contrario, contribuyó a aumentar el estado de confusión en el que me encontraba. Era ya tarde para pedir alguna aclaración, así que pensé en volver a casa de mi madre, pero de alguna manera intuí que no la encontraría allí.
Después de la inesperada complicación que supuso la aparición de la hermosa y extraña mujer, decidí no seguir perdiendo el tiempo y continué mi camino. Atravesé el puente y entré en la taberna del Hombre Degollado (quiero aclarar que no suelo frecuentar estos perniciosos lugares, pero aquella noche necesitaba alguna bebida espirituosa que calmara mi ánimo intranquilo).
Después de apurar mi coñac, permanecí en silencio un rato, absorto en mis pensamientos. Como no encontraba una explicación racional a la súbita aparición de la dama, ni entendía el contenido de la nota (la poesía no suele ser afición común entre los oficiales de Scotland Yard) decidí que iría a visitarla a su propia casa; a pesar de lo inoportuno de la hora, tenía que interrogarla en profundidad, esta vez sin dejarme llevar por su engañosa cordialidad.
Después de cubrir las tres millas que me separaban de los hermosos bosques de Hampstead Heath bajo una luna prodigiosa, nos introdujimos en ellos a una velocidad sólo explicable por la generosa propina prometida al cochero. Raudo, atravesó la floresta y salimos nuevamente a la luz de la luna. Allí estaba: Wentword place, en lo alto de la colina, en absoluta soledad, sin ningún tipo de abrigo que pudiera protegerlo de la intemperie. Ascendimos la colina en la frialdad de la noche y nos detuvimos ante la puerta principal. Una innegable tristeza emanaba de aquella casa, y la melancolía que invadió mi espíritu se vio acrecentada por el eco vacío que contestaba a mis persistentes llamadas. La enorme puerta era infranqueable pero, como ya le he dicho, soy hombre obstinado, así que decidí rodear la casa para poder encontrar una forma de entrar en ella. La buena suerte quiso que encontrara una puerta, más vulgar, que podría ser la del servicio y, como me pareció de apariencia frágil, decidí lanzarme contra ella impulsándome con todas mis fuerzas. Conseguí echarla abajo con un ruido seco y estridente que sin duda habría atraído a cualquier ser humano que hubiera habitado la casa.
Como éste no fue el caso, subí las sinuosas escaleras que me llevaron al piso superior en un estado de inquietud que se vio aliviado al llegar a la cima.
La estancia, iluminada por la luz blanquecina de la luna, parecía inundada por la atmósfera que adorna los sueños. Me adentré en ella despacio, con el temor que debe invadir al que profana un lugar secreto, y encaminé mis pasos al centro de la habitación. Allí, donde la luz de la luna incidía más directamente, había una pequeña mesa circular sobre la que se hallaba una lámpara y un libro abierto. Tomé el libro entre mis manos y leí lo que allí estaba escrito:
Dime tú, ángel surgido de la niebla,
¿qué secreto ocultas tras esa máscara de piedra?
¿Te crees acaso dueño de los huesos que atesoras?
No… eres sólo el guardián eterno
De la palabra hablada,
Del verso etéreo.
Eres sólo el custodio de un corazón errante,
De un aleteo,
De una mente delirante que alumbró sueños inconexos,
Jauría oculta que le acosó sin piedad
Hasta la muerte.
Yace aquí, ahora, entre pétalos de flores que languidecen
Y se mecen en la brisa helada del atardecer.
No volverás a caminar a nuestro lado.
Ni siquiera a un oficial de Scotland Yard, con las limitaciones de formación que ya le he mencionado, le pasó desapercibido que era en los poemas donde debía encontrar la clave a la desaparición de su amante. Tanto el mensaje de la misteriosa dama, como el libro de poemas que la luna me había señalado, apuntaban a la muerte de un poeta.
En cuanto al ángel, ¿qué otro cementerio hay en Londres que cuente entre sus monumentos funerarios con más ángeles que Kensal Green? Allí dirigí mis pasos, esta vez sin dilación alguna. El cochero, visiblemente irritado por la espera, me alejó de allí para dejarme poco después a las puertas del cementerio, que pude escalar sin problema alguno. Una vez dentro me encaminé al área oeste, la zona más habitada por estos pétreos compañeros de la muerte. Allí fui examinando una a una las inscripciones funerarias hasta que encontré el epitafio que buscaba, el de su querido señor K. “No lo busque más”, fue la admonición de la nocturna dama, y así lo hice, porque ya el luctuoso desenlace había vencido mi razonable resistencia a creer lo que había sucedido.
Lamento profundamente ser el portador de tan malas noticias, y deseo fervientemente que pueda recuperarse de tan terrible golpe. Vivimos en un mundo cruel; la vida humana es el objetivo al que apunta la desgracia, que no da tregua a los infortunados.
Suyo atentísimo,
Sgt. Blake
4, Whitehall Place, London.
Adela León:
Me digo voy a saludar a mis vecinos y vaya leyenda, perdón narración, que me encuentro. En la línea de Bēcquer, Conan Doyle, Poe…etc. Enhorabuena, he pasado un rato muy agradable (su prosa preciosa y limpïsima) y en algún momento con el alma en vilo…
Te doy mi voto (generoso de estrellas), te lo mereces. Aprovecho para desearte ¡Feliz Año!
P.D. Espero no saltarme ningún renglón, no sé que hago al enviar los comentarios que me salta todo, si ocurriera de nuevo perdona esta torpeza mía.
ďakujem Lovecraft
šťastie
Muy bueno, bien redactado, siga Vd escribiendo, conviértalo en novela.Suerte
Entre Sheridan Le Fanu y Conan Doyle ¡maravilloso!
Adela, ¡tienen que publicarlo!
¡Mucha suerte!
Da gusto leer relatos atrevidos y este es uno de ellos: género epistolar, versos y una gran imaginación. Enhorabuena. Suerte.
El comentario anterior se quedó a medias. Torpeza de dedos o necesidad de graduar las gafas. A lo que iba. El sargento se tomaría un par de capazos de coñac en Casa Pepe no para calmar el ánimo intranquilo, sino por costumbre. De la lectura de los versos por parte del tricornero, mejor no hablar. Mucha suerte
Me imagino la misma escena descrita por un sargento de la guardia civil, preguntándose, a la hora de escribir la misiva, si Tabernastá con B o con V.
Una excelente narración de misterio con una mezcla de influencias magistralmente combinadas entre los escritores románticos del siglo XIX, el cuento de terror gótico o las novelas de Conan Doyle. Esto es saber relatar y lo demás tonterías. Me agrada ver como este certamen se va enriqueciendo conforme se cumple el plazo, con esta variedad de estilos e historias tan heterogénea. Esta en particular la he disfrutado como un enano. Sentí que se acabara. Y como guinda, los versos ni siquieran son ripiosos. ¡Canalla!
No lo busques más. Ya has encontrado el éxito.
Hola, Adela León.
Que no le puedo poner peros, y ya me… fastidia. Me ha gustado mucho su relato negro y gótico, con su perfecta ambientación y su lenguaje perfecto, incluidos los poemas. Y con eso, hace usted de un argumento común una pequeña obra de arte.
Por ahí hablábamos con Rulfo de trabajar buscando una originalidad, una voz propia en el relato. Antes hay que tener dominados los pinceles clásicos, y usted lo demuestra con creces. Es más, sospecho que me quedaría igual de feliz tras la lectura de su texto en cualquier otro registro que utilizase.
Mi sincera enhorabuena y suerte en el concurso.
¡Que lástima no vivir en Londres, donde los detectives de Scotland Yard son tan atentos y tan literatos! Aqui, los de la Policia Nacional, seguro que hubieran mirado a la angustiada esposa y le hubieran dicho…»Señora, seguro que se ha ido a por tabaco».
Pero claro, desde que no les dejan fumar…
Mucha suerte y un abrazo