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138- El cuadro de nunca acabar. Por P. Shada

Al joven Quintín Quiñones le fastidiaba que sus amigos lo nombrasen por sus iniciales: Cucú, pero no podía evitarlo. Incontables generaciones de Quintines Quiñones habían dado lugar a aquella graciosa forma de apócope y Quintín guardaba rencor a su padre, a su abuelo y a todos sus antepasados por mantener aquel nombre absurdo y también por transmitírselo a él. Lejos estaba de imaginar que aquel nombre tan chocante habría de hacerle famoso.

            La madre de Quintín, harta de oír al muchacho lamentarse por algo que ya no tenía más remedio que soportar para siempre, le dijo: «Si tanto te molesta llamarte Quintín Quiñones procura hacer algo que te haga famoso. De ese modo tu nombre se repetirá tantas veces que terminarás por acostumbrarte a él».

            Haciendo caso a su madre Quintín Quiñones, que creía poseer una gracia especial para el dibujo, estudió Bellas Artes con la intención de llegar a ser un pintor famoso, pero aunque se aplicó todo lo que pudo los genes que había heredado de sus antepasados no eran todo lo artísticos que él esperaba. Aprobó los exámenes con cincos justitos. Ni siquiera sobresalió en dibujo como él esperaba. Gracias a que su profesor fue con él algo más condescendiente de lo que acostumbraba, Quintín pudo al fin terminar su carrera.

            En su empeño por llegar a ser famoso, Cucú, como cariñosamente le llamaba también su madre, empezó a pintar en cuanto acabó la universidad. Sus pinturas eran todas iguales. No es que fueran absolutamente exactas, pero sí que eran todas iguales. Él decía que lo que pintaba eran sueños, que esos sueños se repetían una y otra vez y que por eso repetía sus cuadros. Además, a todos sus cuadros les ponía el mismo título: «Venas en reposo».

            Cuando Quintín llevaba pintados ochenta y siete cuadros, pensó que ya tenía suficientes para hacer una exposición. En el Museo municipal de su pueblo colgó, todo lleno de orgullo, aquella colección de Venas en reposo 1, Venas en reposo 2, Venas en reposo 3, y así sucesivamente.

            No resultaba nada fácil describir lo que aquel pintor predestinado a la fama, según su madre, había plasmado en sus lienzos, pero el hecho de pintar siempre mismo llamó la atención de algunos críticos de arte ante lo original de su obra. También tuvo algo que ver lo original de su sobrenombre. Lo que su madre vaticinó para que el muchacho no siguiera obsesionado con su nombre y su apellido se hizo realidad. Con algo menos de treinta años aquel pintor de sueños repetidos se hizo famoso, no en todo el mundo como su madre había vaticinado, pero sí en toda la provincia.

            Don Cástulo, el cura párroco de la iglesia de su barrio, le pidió al ya famoso pintor que donase uno de sus cuadros. La idea era hacer un sorteo y así recaudar dinero para reparar las goteras que habían salido en la techumbre del templo después de las últimas lluvias. Cucú, con un gesto impostado y ante los medios de comunicación locales, accedió a la petición y regaló su cuadro número sesenta y dos.

            En el establecimiento más céntrico del pueblo quedó expuesto el lienzo, acompañado de una leyenda en la que explicaba que aquel cuadro había sido una donación del famoso pintor local Quintín Quiñones y que sería el premio para el portador de la papeleta que coincidiera con las tres últimas cifras de la lotería de Navidad. Las papeletas las vendieron, a un precio módico, las beatas que diariamente asistían a los oficios de la iglesia.

            Cuando llegó el veintidós de diciembre, el número agraciado lo tenía la señora Engracia, una señora mayor, viuda de un maquinista, que vivía en el barrio del parque viejo. La señora Engracia había comprado la papeleta para favorecer a la iglesia y porque el templo, al que acudía todos los días a rezar el rosario, daba pena verlo con aquellos chorreones que le habían dibujado las enormes goteras que se hicieron con las últimas lluvias.

            Cuando la mujer, toda ilusionada porque nunca le había tocado nada, fue a recoger su premio a la tienda más pija de la calle principal se quedó parada, estupefacta. Para una vez que le había tocado algo… era… aquello. La señora Engracia miró el cuadro detenidamente. Luego se apartó un poco para verlo a más distancia. Más tarde torció el cuello para contemplarlo de otro modo a ver si adivinaba algo reconocible, pero la buena señora no veía en el lienzo nada más que una especie de raíces entrelazadas, unas más finas que otras.

            ―¿Y esto qué quiere decir, hermosa?― preguntó la señora Engracia a la muchacha que despachaba en el establecimiento en el que el cuadro había estado expuesto.

            ―Señora, este es un cuadro del famoso pintor Quintín Quiñones―, contestó amablemente la chica.

            ―¿De mi vecino Cucú?― volvió a preguntar la mujer.― Pues… va a ser que no. Mira hija mía; no es por molestar, pero yo no me puedo llevar eso. Es que yo vivo sola, ¿sabes hermosa? Yo no puedo tener eso en mi casa, compréndelo. Mejor que hagan otra vez las papeletas, las vendan y a quien le toque, si se atreve, que se lo quede. Yo no podría dormir tranquila con ese cuadro tan… tan… valioso en mi casa. Entonces, muy contento, don Cástulo, volvió a encargar otras mil papeletas para volver a sortear el cuadro número sesenta y dos.

            Quintín Quiñones, ajeno a las vicisitudes que corría aquel cuadro que donó tan generosamente a la iglesia, seguía pintando venas en reposo. Ya iba por el número novecientos catorce cuando se enteró de que su cuadro sesenta y dos seguía sin encontrar el dueño adecuado. «No todo el mundo está preparado para entender mi arte», se dijo orgulloso cuando supo que nadie quería quedarse con su obra.

            Hoy en día, el famoso pintor Cucú llega por el cuadro dos mil veinticuatro de sus «Venas en reposo» y el sorteo para adjudicar su número sesenta y dos ya va por los dieciocho intentos. Las obras para arreglar las goteras de la iglesia están casi acabadas y el señor cura, don Cástulo, está pensando que, como esto siga así, podrán reparar también el paso del desprendimiento, al que le han salido carcomas y, como se descuiden, el cuerpo ensangrentado de Jesús se a venir abajo sin que nadie le eche ni una mano.

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6 Comentarios a “138- El cuadro de nunca acabar. Por P. Shada”

  1. Hóskar-wild is back dice:

    Coincido con algunos comentarios respecto a la forma de tomarnos el pelo con algunas ‘obras de arte’ que, incultos, no somos capaces de comprender. Una vez, en un museo de este tipo, me quedé mirando un artilugio que parecía un cenicero y cuando le pregunté al artista sobre su significado, se limitó de echar la colilla en ese aparato y me miró por encima del hombro, perdonándome la vida. Arte. Suerte.

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  2. Lovecraft dice:

    chance

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  3. sacha dice:

    Suerte.

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  4. Bonsái dice:

    Shada:

    El humor es algo muy sano. Tú has sabido brindarlo a través de tu escritura.

    Lovecraft ya te ha realizado alguna corrección, con la cual concuerdo.

    Lo que yo te puedo decir es que me la he pasado muy bien leyendo tu relato y que es una buena crítica a determinado tipo de pintores, críticos, nombres y renombres…

    También coincido con la opinión de Asesino sobre tu cuento.

    Jjejej y lo del seudónimo está muy bien, pues si juntamos la P con el Shada, jejejej

    Un abrazo.

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  5. El asesino de Morfeo dice:

    Coincido con los elogios de Lovecraft y me ha parecido brillante la idéa de las «Venas en reposo» repetidas hasta la saciedad.
    Da ganas de cortarse las propias ante el bucle que se montan críticos, galerías de arte y «artistas» como Cucú.
    Un abrazo y suerte.

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  6. Lovecraft dice:

    Maestro P. Shada:

    La frase con la que inicias el relato es antológica: «Al joven Quintín Quiñones le fastidiaba que sus amigos lo nombrasen por sus iniciales: Cucú, pero no podía evitarlo».

    Sabio consejo el que le regala su madre en el segundo párrafo, comparable al que la progenitora de Julio César recomendó a su vástago para ahuyentar la fama de gay con la que se sintió atormentado después de cierto episodio épico de su atareada vida.

    Has escrito una sátira mordaz contra las veleidades estúpidas de los falsos artistas modernos, repleta de imaginación e ingenio. Muy divertida, he pasado un rato estupendo con su lectura.

    Y ahora algunas correcciones, de esas que me están convirtiendo en el látigo de este certamen al mismo tiempo que, si no perder, al menos no me están haciendo ganar muchos amigos:

    Esta frase «Lo que su madre vaticinó para que el muchacho no siguiera obsesionado con su nombre y su apellido se hizo realidad» la acortaría así «Lo que su madre vaticinó se hizo realidad». Y en la oración que sigue a ésta, eliminaría también la alusión al vaticinio de la madre. No es necesario dar tantas explicaciones. También repites un par de veces lo de las goteras que se hicieron con las últimas lluvias.

    Es más fuerte que yo. No puedo evitarlo.

    Enhorabuena y suerte, toda la que necesites.

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