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Página destinada al 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, relatos, ganadores, entrevistas, noticias, finalistas, crónicas, literatura,premios.

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136- Cicatrices que no se ven. Por La Machacanta

Olga espera en la cama. Espera. Espera. Espera. Con las sábanas hasta los ojos, agudiza el oído, repasa los sonidos de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Fija la mirada en el techo: no se oye nada. Cierra los ojos, los aprieta fuerte, se concentra, deja de respirar: nada de nada.

Es de noche y ya no se oye la televisión, ni voces, ni llantos, ni golpes. Es muy tarde y todo permanece en una tensa calma. Olga se quita las sábanas de encima, se pone en pie sobre la cama y mira, quieta, hacia la puerta. Uno, dos, tres… Olga grita, chilla, salta, patalea, llora, gira, se cae al suelo, se golpea la boca, sangra, gimotea de dolor, grita “¡mamá!”, zapatea la puerta…

—Olga, por Dios… ¿Quieres que tu padre te vea así?

 

 

Aún no ha amanecido y una escuálida mano, blanca como el mármol, serpentea desde el edredón buscando a tientas la cajetilla de tabaco. La habitación huele a colillas rancias de la noche anterior, de todas las noches en las que el humo es lo menos insalubre de ese cuarto, donde luchan por hacerse sitio la soledad, el desengaño, el sexo y las ganas de vivir con las de no vivir.

En la ropa de cama unos agujeros con cerco tiznado recuerdan que debe extremar las precauciones si no quiere quemarse como si estuviera, confirmando sus sospechas, en el mismo infierno. Pobre Paco… Lo mira desde arriba, dormido o muerto, en esa postura y la quietud con que respira nadie podría distinguirlo. Pobre Paco, tan bueno y tan vago, vago hasta para follar, el único hombre que no le hace sentirse como una puta en su propia casa. Pobre Paco, que duerme con Olga las noches en las que no viene Pencho, El Chirlo o Julián, las noches de fin de mes en las que a Olga no le queda un chavo para salir de copas, empezar a bailar tomando una, y regresar de madrugada colgada de alguno y con una de más.

Hoy es domingo y Olga tiene turno de mañana en la gasolinera. A duras penas encuentra hueco entre las colillas para apagar el primer cigarrillo del día, salta de la cama levantando el aire irrespirable que dormía sobre el colchón y dirige su cuerpo desnudo, lleno de cicatrices que no se ven, hacia la ducha. Después de diez minutos tirando agua, por fin disfruta de un chorro caliente.

 

La mirada de Jimeno irradiaba desaprobación y sospecha:

—¿Otro adelanto, chiquilla? Pero tú, ¿en qué gastas el dinero?

Olga, concentrada en la cajita metálica donde su jefe guardaba el excedente de billetes, contuvo el impulso de escupirle a la cara la cifra a la que asciende su salario, tan miserable como quien se lo paga. No dijo nada, se encogió de hombros y mantuvo la vista en la mano que giraba la llave del candado, oculta, invisible entre esos cinco dedazos.

—A ver si algún mes te puedo pagar el sueldo completo —dijo en tono paternalista, negando con la cabeza.

Qué hastío escuchar lo mismo cada vez, los sermones de un mal jefe al que le gustaba ejercer de mal padre cuando se le olvidaba lo bien que la chica meneaba su culo ceñido caminando hacia el surtidor.

 

Pasaban diez minutos de su hora de salida y Julián se retrasaba, otra vez. “Cinco minutos y me largo”, pensó Olga mientras retocaba sus labios frente al espejo del aseo. Deslizó costosamente una mano al interior del bolsillo del pantalón elástico y contó con los dedos el dinero que llevaba. “Ni un minuto más”. Salió de la tienda de la gasolinera taconeando como si pretendiera taladrar el suelo.

—No te metas en líos —le dijo Jimeno con la voz alzada, mirándola de reojo y pensando en secreto cuándo llegaría el día en el que podría desahogarse encima de ella.

 

Se le olvidó el tiempo, qué hora era, si había noche o madrugada, si lo que hacía el sol era marcharse o llegar. Se le olvidó que no le gustaba meterse en el coche de un desconocido, ni las manos sudorosas y extrañas, ni el olor en su cara de un aliento ebrio. No se acordó, ya no recordaba si alguna vez lo sintió, si empujar era lo mismo que hacer el amor, porque él se movía, ella se movía y no sentía nada. No supo jamás que regresó a casa despeinada, con las ojeras malvas, que pudo subir tras errar cinco veces al introducir la llave en la cerradura del portal, que las bragas que no llevaba puestas yacían en la alfombrilla embarrada de un coche de diez años. No lo supo porque nunca se acordaba de lo que pasaba la noche anterior. O no quería acordarse.

 

 

El miércoles es el día de las visitas, también el día en el que Olga suele librar. Hace dos años hizo que coincidieran, el mismo tiempo que ha pasado desde que decidió asistir a la clínica por primera vez. Una hora atrás desayunó café con desgana y se preparó las tostadas que no tomó. Con un suspiro giró la llave y, carraspeando como el motor de su coche, cogió la nacional sur.

“¡Estás loca, loca como tu madre!” Todavía lo escuchaba nítido, por más tiempo que pasara y a pesar del volumen del transistor las palabras de su padre preponderaban de manera especial en esa carretera. Olga estaba loca, no le quitaba la razón. Su madre encerrada en una cárcel con jardines y enfermeras blancas; ella andaba suelta, libre, como tantos otros que sin criterio ni concierto sumaban efectivos al ejército de los que viven una vida loca o en una vida loca, sin saber muy bien si es lo uno o lo otro, si están pirados o es la vida la que les priva de cordura.

Treinta y cinco minutos exactos es lo que tarda en ver el cartel de letras blancas sobre fondo azul. Con el coche parado en la puerta, baja la ventanilla y se queda absorta mirándolo, leyendo “Hospital Psiquiátrico San Carlos” tantas veces como se repiten las caladas a su cigarrillo, caladas intercaladas con miradas. Los setos que vallan el recinto no le dejan ver el interior. Olga lo vio una vez, sabe cómo es y cómo estará su madre, tal vez con más canas, algunas arrugas nuevas. Hace dos años se miraron sin reconocerse: su madre no distinguió a su niña en una mujer, y Olga no recordaba que tuvo una madre que fue ella. Tira la colilla por la ventana y, entre tos y maldiciones, arranca para volver a la nacional. Como cada miércoles.

 

 

—¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres?

Podía haber sido Julián, le anunciaba el mismo olor a alcohol de su boca pastosa.

—Anda, cariño, déjame pasar… ¿No le das un beso a tu padre?

Olga sabía cuándo los hombres le pedían un beso para encubrir otro tipo de intención. Aún así, no tuvo valor para cerrarle la puerta de su casa y le dejó entrar. Le escuchaba hablar desde la cocina, bla, bla, mientras preparaba café para los dos, bla, bla, bla desde el sofá, como una visita inoportuna en flagrante allanamiento.

—¿Cuánto? —preguntó Olga, cansada del prólogo de siempre.

—Sólo veinte, si puedes cuarenta… No te lo pediría si no fuera para comer.

Olga rebuscó en su bolso, encontró el monedero y sacó un billete de cincuenta.

—Es la última vez —dijo con severidad—. Vete y que no se te ocurra volver por aquí jamás.

Su padre cogió el billete, lo engulló con su mano, se terminó de un sorbo el café y se tragó sus palabras, las que quería decirle, las que le había dicho tantas veces, las que hablaban de promesas de devolverle sus favores cuando cambiara su suerte, su maldita suerte.

 

 

—Anda que no, pues claro que te quiero —le decía Paco al otro lado del teléfono—. Deja que te invite a cenar, es tu cumpleaños…

—Hoy tengo turno de noche. Cenaré en la gasolinera.

Lo despachó con cuatro palabras, sólo una más necesitó para rechazar el bizcocho con velitas que el vago quería llevarle, que por qué no, le decía él, que qué menos, insistía, que se notara que era un día especial.

 

Jimeno reconoció el ruido del motor, la observaba por encima de sus gafas mientras aparcaba.

—Llegas tarde —le dijo al verla entrar.

Olga sabía que entraba puntual, pero aún así miró de reojo el reloj de pared, con aire de indiferencia, como si estuviera pensando en otra cosa.

—¿Este turno no empieza tarde? Pues tarde vengo.

 

Pronto se quedó sin más compañía que la del hilo musical. Atendió un par de servicios y aguantaba un tedio que se espesaba en cada minuto infinito. Una hora golpeando el mostrador con el bolígrafo, haciendo garabatos en una revista vieja. Dos horas más y se fue a la oficina, una habitación minúscula llena de papeles y desorden. Y cajones con cerradura, inútil en cuanto le dabas tres tirones, dos puñetazos. Y la cajita metálica de color verde dentro de uno de ellos, con una cerradura un poco más terca. Lo intentó con un destornillador, con una horquilla, a golpes con una llave inglesa. Salió a un surtidor, llenó un botellín de gasolina y, como si lo hubiera hecho toda la vida, puso unas gotas en el hueco de la cerradura; lo prendió y… ¡bum!, la caja se abrió. No había mucho, dos o tres billetes grandes, facturas amarillentas. La rellenó con el dinero de la caja registradora y se fue al exterior.

 

 

Todos en el pueblo hablaban del suceso, de que era un milagro no tener que lamentar una desgracia mayor. La gasolinera estaba calcinada, y su esqueleto humeante todavía estremecía evocando el sonido de las detonaciones. Dicen que se escucharon a más de veinte kilómetros, que el humo y los gases habían hecho enfermar a medio pueblo. Jimeno había sido ingresado con los pulmones intactos y el corazón enmarañado en un ataque de nervios, o de ansiedad, o de ira, de todo a la vez. «Podría haber sido peor», le repetían sus vecinos, estériles palabras para quien no sucumbía al consuelo de haberse librado de un acontecimiento más negro.

 

Olga se perdió, nadie supo de ella hasta que, varias semanas después, la trajo esposadala Guardia Civil.Decía que no recordaba nada, que estaba aburrida y salió a fumar, que casi había terminado su turno y se fue a dar una vuelta con el coche, que iba a volver pero no sabe por qué no lo hizo.

—La has liado gorda, hasta te podías haber matado —le dijo el sargento.

Olga le echó una de esas miradas, llena de confusión, de ignorancia, de perplejidad. “¿De qué me hablas?”, decían sus ojos.

—Aquí no se puede fumar —le ordenó el cabo.

Y mientras prendía la llama del mechero que no habría de encender su cigarrillo, recordaba que sí, que estuvo a punto, que la línea de gasoil que dibujó, primero con una manguera, luego con una garrafa, se le quedó muy justa, aunque la llevara más allá de la señal de prohibido a más de cincuenta; que su coche nunca arrancaba a la primera y que el fuego corre más que el diablo. A punto estuvo de estrellarse en esa curva cuando el suelo tembló con la primera explosión. A punto, un poco más y…

“¿De qué estáis hablando?”, habló con un hilo de voz, como si no se acordara, como si no quisiera acordarse.

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25 Comentarios a “136- Cicatrices que no se ven. Por La Machacanta”

  1. Asesino de Morfeo dice:

    Perdona, ¡que mal me explico! Solo es una invitación a una fiesta de despedida del certamen para el que quiera acudir. Se acerca el final y nos gustaría, si tienes tiempo y ganas, contar contigo. Solo tienes que pinchar en La vieja bodega y luego, hacer lo que quieras. En cualquier caso, mucha suerte con el jurado.

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  2. La Machacanta dice:

    ¿La Vieja Bodega? ¿Fiesta? ¿Qué es eso?

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  3. Asesino de Morfeo dice:

    Te esperamos por La vieja bodega. ¡Fiesta!

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  4. Patagon dice:

    ENHORABUENA Y QUE TENGAS MUCHA SUERTE

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  5. Hóskar-wild is back dice:

    Excelente la forma de narrar. Impecable el estilo para crear la atmósfera que rodea a la protagonista. La vida, muchas vidas, en blanco y negro, sin más adornos. Suerte.

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  6. El asesino de Morfeo. dice:

    Te dejo mis estrellitas y mis deseo de que tengas mucha suerte.Un abrazo y espero encontrarte en otros relatos y en otros certámenes.

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  7. Lovecraft dice:

    onni

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  8. La Machacanta dice:

    Gracias, lamari, jazzmina… La Machacanta, el pseudónimo, no tiene nada que ver con el relato. Me lo encontré, como se encuentran las cosas que no buscas, que te tropiezas, y me resultó tan sonoro, tan autóctono, tan propio del pueblo que moldea la lengua a su gusto, que no me resití a la tentación de apropiármelo, con premeditación y alevosía, haciendo caso omiso de los derechos de un autor centenario que tuvo el ingenio de apodar a una, vecina suya, quién sabe, amada u odiada porque machacaba o machacantaba. O nada de eso, porque los nombres salen de lo más inverosímil, y ahí está el encanto, en ese misterio de cómo, quién y por qué.
    Respecto al relato, vuestros comentarios son alentadores, gratificantes. Qué gran responsabilidad volver a ponerme delante de un papel en blanco para convertirlo con letras en algo digno de ser leído.

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  9. jazzmina dice:

    Perdona que empiece por donde no debo, y, además, por lo que acabo de leer, a contracorriente, puesto que a mí me parece que te va que ni al pelo. Me refiero a lo del seudónimo. Suena como a machacar que es lo que haces en tu relato. En esas dos mil palabras (sean las que sean), describes de manera desgarradora todo lo más importante de la vida de la protagonista (madre, padre, amigos, jefe, trabajo). Probablemente, poco quede por contar. Bueno, algo más sí ocurre al final con la gasolinera. Pero eso mismo podía haber ocurrido en cualquiera de las muchas tonalidades que pintas en tu relato. Una narrativa perfecta para lo que expones Machacanta.
    Felicidades.

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  10. leforeverdelamari dice:

    Mira, no me gusta ese seudónimo que te has puesto, porque te puedo enumerar la de relatos machacantes que hay en este certamen y con seudónimos más rebuscado que la letra pequeña de una póliza de seguros.

    A ese relato le pega uno que encierre ese estilo tan exquisito que derrochas en el texto.Quizás no compuesto y en ese idioma que no te hace tirar del diccionario, como todo ese vocabulario que has manejado de forma impecable, sin florituras, para contar de forma elegante otra de esas historias que te hace reflexionar sobre las víctimas que andan en las cárceles, o en centros de salud mental porque su modelo de familia de referencía…en fin voy a ponerme mi fló y a vé quién de estos plumillas me sube la cremallera del vestío de flamenca y me pongo la sonrisa en la cara a pesar de que me ha conmovido tu historía.

    Felicidades

    lamari

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  11. La Machacanta dice:

    Bonsai, Dies Irae, mil gracias por invertir vuestro tiempo en leer y comentar.
    Rulfo, qué buen resumen, de una lectura atenta sin duda. Muy gratificante. Seguiremos tratando de aprender de los grandes maestros.

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  12. rulfo dice:

    Algo extraño pasó ayer con mi comentario. Así que intento repetirlo hoy Machacanta a ver si hay más suerte.
    Retrato de una familia— ¿y de una sociedad?— desestructurada. La madre, a quien recuerda desdibujada, internada en una clínica siquiátrica: “Hace dos años se miraron sin reconocerse: su madre no distinguió a su niña en una mujer, y Olga no recordaba que tuvo una madre que fue ella”. El padre que acude de ven en cuando a pedirle dinero para enjugar su maldita mala suerte: “Es la última vez —dijo con severidad—. Vete y que no se te ocurra volver por aquí jamás” Y Olga que se acuesta con el primero que cae aunque Paco sea el único que no le hace sentirse como una puta en su propia casa porque es vago hasta para follar. Uno de tantos conflictos que asolan la sociedad avanzada occidental…, y me temo que abunden cada vez más. Lo de menos es que Olga no recuerde nada y acabe pegando fuego a la gasolinera.
    Bien contada, con repeticiones que ahondan en lo que se quiere describir: “la soledad, el desengaño, el sexo y las ganas de vivir con las de no vivir”. De acuerdo, Machacanta, con la defensa que haces de tu relato. Y no tanto porque pueda sonar mejor o peor (eso queda para cada uno), sino porque parece que los grandes maestros tienen licencia y otros no.
    Enhorabuena por tu relato y suerte.

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  13. Dies Irae dice:

    La Machacanta, qué buenísimo relato. No sé por qué ni cómo se me pasó poner un comentario, porque estoy segura de que me impactó a la primera; es más, hoy lo he releído por puro placer, y luego, al mirar qué te habían dejado en los comentarios, no he encontrado el mío.
    Nunca es tarde, de cualquier modo, para decirte que me pareció perfecto, en cuanto a estructura, lenguaje, ritmo, tono, argumento, personaje(s)…

    Te dejo mi enhorabuena y las estrellas de rigor.

    Un saludo.

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  14. Bonsái dice:

    La Machacanta:

    Aquí estoy otra vez en tu casa. Vengo a dejarte mi voto y diez estrellas, tu relato lo merece.

    Un abrazo.

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  15. La Machacanta dice:

    Gracias por vuestro tiempo. Resulta muy satisfactorio que el relato os haya gustado. Sin duda un aliciente para escribir más y seguir progresando.
    Juegos florales, curiosa descripción.
    Iba a dejar de fumar, pero después de leer el comentario de Ms Rioja, me compré otra cajetilla de tabaco. Al fin y al cabo, qué hubiera sido de Humphey Bogart sin su cigarro 😉

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  16. sononova dice:

    Lo que más me gusta es que las escenas se huelen, se mastican y se visualizan con penetrante intensidad.

    Así como el manejo fluido del lenguaje y los numerosos juegos florales de palabras y sentidos.

    Enhorabuena¡¡¡

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  17. sacha dice:

    Impecable e implacable.
    Enhorabuena.

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  18. Ms Rioja dice:

    Un relato impactante y valiente. Olga es una chica muy creíble con una vida sórdida y trágica. Me gusta la forma de escribirlo; en 3ª persona pero desde el punto de vista de la protagonista. Muy auténticos y coherentes ( dentro de su incoherencia) sus observaciones y pensamientos, dado el estado desesperado en el que está.
    Me gusta que el tema de los cigarros es un hilo que va por todo el relato y al final causa el desenlace. Y el tema de olvidar, o no querer recordar. ¿Qué es lo que Olga no quiere recordar de su infancia?
    Mucha suerte

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  19. Bonsái dice:

    La Machacanta:
    Muy bien narrado, cuidado cada detalle. Los espacios dan lugar al pasar del tiempo y cada vez vemos a Olga más oscura y perdida. Excelente. Esas noches de la niñez… No dices nada y dices todo…
    Un abrazo muy fuerte.

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  20. Avril dice:

    Gracias por comentar mi relato, muchas gracias. Efectivamente un premio Nobel puede poner cosas raras, véase la je ji con que Juán Ramón Jiménez sustituía las ge gi, pero era eso, un gran escritor y marcaba pautas en la litertura. Es por eso que yo como soy un pobre aprendiz, estas cosas me llaman la atención.
    Espero que no te haya molestado.
    Suerte

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  21. La Machacanta dice:

    Gracias por vuestros comentarios. Me he permitido leer vuestros relatos para al menos corresponder al tiempo que habéis dedicado al mío.

    Asesino, admirada me dejas con tus palabras.

    Lovecraft, qué bien le hubiera venido a Olga tener una cuenta de Facebook para intercambiar impresiones y eventos con el Napo y el Bottle.

    Avril, cuando leí su comentario me asusté, pensé que me había confundido de archivo y había enviado el relato original, sin correcciones. Ese empezaba así: Olga esperaba en la cama. Esperaba. Esperaba. Esperaba.» Menos mal…
    Le voy a escribir un fragmento de mi admirado Saramago en su libro Ensayo Sobre la Ceguera:
    «Ella intentaba apartar del pensamiento el robo del coche, apretaba cariñosamente las manos de su marido entre las suyas, mientras él, con la cabeza baja para que el taxista no pudiera verle los ojos por el retrovisor, no dejaba de preguntarse cómo era posible que aquella desgracia le ocurriera precisamente a él. Por qué a mi. A los oídos le llegaba el rumor del tráfico…»
    Yo no me atrevería a decirle a un Premio Nobel que se ha pasado de «abas», y menos después de muerto, cuando ya no tiene ocasión de repasar. Miro al cielo y le pregunto: maestro, ¿por qué no buscaste sinónimos para tratar de cambiar los abas por ías? Creo que le he oído responder: querida mía, son abas contadas, no nos paremos en tonterías.

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  22. Barack dice:

    Buena idea y buena narración.
    Una historia que podríamos ver y escuchar, como una más de la oferta de miserias cotidianas, en cualquier telediario de las nueve de la noche; y un estilo de escritura ajustado al ambiente, el tono y los elementos sicológicos de la trama.
    Excelente.

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  23. Avril dice:

    Buena historia, aunque necesita un repasillo. Demasiados verbos en pretérito imperfecto de la primera conjugación, …aba aba aba. Deberías utilizar el diccionario de sinónimos y alternarlos con la 2ª y 3ª conjugación …ía ía ía. Pero el relato es bueno. Solo hay que hacer la prueba de contarlo de viva voz y ver que el auditorio, no lo abandona.
    1ª premisa de un relato: No aburrir al lector. Y tú no lo aburres.
    Te felicito.

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  24. Lovecraft dice:

    Olga, Olguita. ¿Qué le pasaría a Olga cuando niña para haberse convertido ahora en una joven desengañada y abrumada por su insulsa existencia? Un relato casi impecable, del que sólo me desconciertan los continuos y repentinos cambios de escena. Una frase para recordar: «luchan por hacerse sitio[…] las ganas de vivir con las de no vivir.»

    Suerte poca, porque no necesitarás mucha.

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  25. El asesino de Morfeo dice:

    Me he quedado sin palabras para decir lo que me ha gustado tu historia y lo bien contada que está. Absolutamente impresionante.
    Mucha suerte y mi admiración.

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