11- Ganas de matar aumentando… Por Julián Sorel
- 26 septiembre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, ira, matar, pollos, relatos
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La imagen que Plácido proyectaba en la soledad de la noche era, cuando menos, inquietante: botas y calzoncillos como único atavío, la porra colgando de la mano derecha, las piernas afianzadas en posición de ataque y quieto, como estatua de mármol, cual eje sobre el que giraran los vapores miasmáticos de todo el recinto. Los treinta grados de temperatura y el ochenta por ciento de humedad que reinaban en la granja de engorde hacían que sudara copiosamente, como si el recipiente de su cuerpo, cargado en exceso de caldo bilioso, abriera válvulas para regular el flujo.
«Creo que ya no me necesitas, Plácido —le dijo el psiquiatra aquella mañana, en su oficina del Instituto Frenopático—. Has superado la crisis. Te ayudó tu nuevo empleo, donde canalizaste la energía negativa de los ataques de ira en autoestima. Enhorabuena.» Recordaba, palabra por palabra, la última charla con el doctor Chandler. Él le había conseguido el empleo de vigilante nocturno en la granja avícola, confiando en su recuperación. «Me gusta mi trabajo, doctor», murmuró con una sonrisa aviesa en su boca, allí plantado, entre comederos que colgaban de las vigas del techo como estalactitas, en medio de veinticinco mil pollos blancos de raza broiler, con su cacareo incesante, pululando con estúpida indolencia en torno a la zona crítica, el epicentro de ira: Plácido.
Los pollos cubrían el suelo como un desierto blanco y movedizo, pasaban entre sus piernas, ajenos al peligro, picoteándole las botas. En ocasiones, algún incauto se subía sobre una de ellas, y entonces ocurría: con un rápido movimiento Plácido alzaba el pie, el pollo salía proyectado hasta la altura de su cabeza y lo bateaba con la porra. El cadáver del ave describía una parábola, dejando una estela de plumas antes de caer veinte metros más allá; la onda expansiva del impacto en el suelo abría un círculo en la ruidosa muchedumbre, que luego se cerraba sobre el despojo para dejar los huesos mondos en segundos. Ver aquello calmaba su cólera.
Era pastor y lobo a un tiempo, quedando al criterio de su mente irascible cuándo era quién, actuando en consecuencia. Tenía un margen de —más-menos— diez víctimas por noche. El picaje y el canibalismo entre los pollos, frecuentes en el lugar, le daban impunidad absoluta.
Los primeros días simplemente los aplastaba con sus enormes botas, pero era sucio, antihigiénico; después pasó a agarrarlos por el pescuezo, estrellándolos contra las paredes, pero las manchas lo delataban. Lo mejor era batearlos y limpiar la porra después. Solo había un inconveniente: la ira exigía innovación continua, mudar hábitos. Tenía que echarle un poco de imaginación. Una de las variables era marcar a su víctima con un spray de color negro, esperar de espaldas a que se fundiera entre sus congéneres y perseguirla por toda la granja, porra en mano. La incertidumbre de no hallarla antes de que llegara el capataz, era un golpe de adrenalina delicioso; y hallarla más delicioso aún. Acababa la jornada bañado en sudor, agotado, sin ira.
Dormía hasta la tarde de un tirón. Al despertar lo esperaba el plato de pollo, sin huevos, sin patatas, sin nada, solo y siempre pollo. Después el goteo, lento pero inexorable, llenando el recipiente de su cuerpo a impulsos, como un reloj interior en sincronía con el de su muñeca.
Aquel día que ya concluía, se incorporó a su puesto de trabajo a la hora acostumbrada: veintidós en punto. También como siempre, esperó a media noche a que se fuera el último empleado de la granja para, una vez a solas, quitarse el uniforme, doblarlo escrupulosamente sobre el respaldo de la silla e ir a respirar el miasma, mientras oía el murmullo incesante de las veinticinco mil bestiecillas, sintiéndolas a su alrededor picoteándole las pantorrillas y las botas. De pie en el centro de aquel horno sentía arder su cuerpo. De pronto percibió comezón en el cuello, se tocó la nuez con la yema de un dedo y comprobó que sangraba; sin duda se había cortado al afeitarse. Miró al suelo, vio que un pollo se subía a una de sus botas (al patíbulo). Ya se limpiaría después; ahora a batear. Un rápido movimiento del pie y el pollo, tras elevarse, varió la trayectoria sorpresivamente, fue directo al punto rojo de su nuez y clavó el pico. Con un movimiento reflejo, Plácido movió la porra para defenderse y se abrió una ceja; al dar un paso atrás pisó a otro pollo, resbaló y, cayendo al suelo de espaldas, se partió el cuello contra uno de los comederos. Vivo aún, inmerso en un confortable estupor, fue consciente de que no podía mover ni un músculo. Tumbado de espalda, con la cara volteada sobre el hombro de una forma inverosímil, veía a los pollos estirar sus pescuezos para observarlo a una distancia prudencial, formando un círculo a su alrededor. Pero el temor huyó pronto de sus estúpidos cerebros cuando vieron que no se movía. Entonces comenzaron a acercarse, guiados sin duda por la sangre que le manaba sin cesar de la ceja, anegando la esclerótica de su ojo izquierdo. Con el derecho vio —sin poder hacer nada— cómo le vaciaban la cuenca y después se peleaban por el globo ocular. Cuando ya se afanaban en su otro ojo, en los carnosos labios, en la lengua, en el cordón de sangre que fluía de su garganta, abriéndose paso a través de la piel; cuando, subidos sobre él, lo cubrían como un cálido edredón de plumas, y todo lo que podía hacer era oler sus cuerpecillos inquietos mientras devoraban su cara, Plácido pensó en un último e insólito instante de lucidez, que aquella agradable y nueva sensación que sentía era, sin duda, la ausencia total de ira.
Suerte
Perdona Julián Sorel, enfrascado en la lucha de los pollos por sobrevivir, olvidé lo más importante. Desearte que, de tratarse de la segunda propuesta que te hacía, aciertes, y podamos desembarazarnos de los que nos batean de la misma manera que los pollos.
Suerte
¿Parodia de la psiquiatría o metáfora de la degeneración a la que nos someten cada día mientras “piamos” sin parar?. O quizá algo de las dos. Ingenioso relato donde se utiliza la violencia contra los desgraciados ¿pollos? para canalizar la ira y convertirla en autoestima. Y además se reinventa para que el golpe de adrenalina sea más eficaz. Los pinta de negro e inicia una persecución por toda la granja hasta atraparlos. Insisto, Julián, muy ingenioso y muy bien escrito, utilizando el léxico apropiado para una escabechina de tal magnitud. Aunque sé que te lo sabrás de memoria, te voy a recordar un par de frases para que las releas. A mi me han dejado casi sin respiración. Igual es que yo soy muy mal pensado, pero, sin saber exactamente por qué, me suenan a algo cercano: “El cadáver del ave describía una parábola, dejando una estela de plumas antes de caer veinte metros más allá; la onda expansiva del impacto en el suelo abría un círculo en la ruidosa muchedumbre, que luego se cerraba sobre el despojo para dejar los huesos mondos en segundos”
Felicidades, me gustaría tener una imaginación de esas características Julián Sorel.
Un relato muy bien llevado de principio a fin. Te felicito, aunque concuerdo con Dies Irae en lo referente al título.
Mis estrellas para tí.
Un abrazo.
Buen relato y bien escrito como dice Lotte.
Suerte
Muy buen relato, escrito con una corrección impecable. Es verdad que los locos dan mucho juego y que la realidad supera la ficción. Yo no me esperaba esta rebelión de pollos, esta unión inverosímil pero muy justa para acabar con lo irracional. Enhorabuena. Por ahora, uno de mis preferidos.
Ah, me olvidé de un detalle que no me gustó nada: el título. Pero claro, con la lectura complaciente del relato, me olvidé totalmente de él.
¡Otro saludo!
Hola, Julián Sorel.
Me ha gustado tu cuento. Las mentes perturbadas son un filón para escribir, y tú has hecho un buen trabajo. Impecable en la escritura, manteniendo la tensión hasta un final que, si bien es el esperable, está perfectamente resuelto para mi gusto. Y quien no haya estado dentro de una granja de pollos, no sé si apreciará exactamente lo bien que describes las sensaciones.
Bueno… yo no dejé que me picotearan los pollos, prefiero encontrar mejor modo de acabar con mis días de ira.
Enhorabuena.
Los locos me dan miedo, una granja de pollos me da miedo. Alguien voló cobre el nido del cuco, ya saben…
Enhorabuena, buen relato
Comencé a leerlo pausadamente y lo terminé con taquicardia. Un relato estresante, con aroma a Hitchcock. Me decepcionó que los pollos no se comieran al vigilante «a l’ast». Se lo merecían.
Muy bueno. Suerte.
Visceral. Patológico. Gore
Genial. Reconozco que este tipo de historias desagradan a muchos lectores, pero a mi, que me encanta la literatura fantástica y de terror, me ha parecido un relato sencillamente «delicioso». Además, muy bien escrito, gramatical y ortográficamente, aspectos a los que doy mucha importancia (lo contrario me parece casi un insulto a mi escasa inteligencia). Muy bueno desde el arranque hasta el desenlace. Perdona que me exalte, pero es que estoy muy emocionado.
Sigue escribiendo cosas como ésta.
Dejé un comentario a este relato y ha desaparecido, alguien sabe que ha podido pasar?.
Menos mal que » canalizó su energía negativa» hacía esos animales que tenían , de una manera u otra, los días contados.Si a ese «frenópata» le da por descargar toda su » frenopatía» en el ser humano hablaríamos de «Asesino» y aunque la locura es un atenuante , yo creo que no hay nadie en una prisión frenópata por «Asesino de pollos».
Y dejemos la hipocresía en este relato en particular,algunos que otros crian pollitos que son juguetes de niños y después le cortan el cuello delante de sus narices.Eso no es también cruel?.
Suerte me ha gustado mucho
Un relato inquietante y bien contado. Después de esto cualquiera come pollo.
Está muy bien, suerte.
Inquietante. Me encuentro entre los que piensan que la realidad supera a la ficción. Realidad que, aunque parezca apología de la ignorancia, quizás es mejor no conocer; demasiado psicópata suelto. Suerte
No hubiera desentonado este relato en los ‘Crímenes bestiales’ de P. Highsmith en donde los animalitos toman cumplida venganza de las vejaciones de los humanos. Maestría angustiosa. Mucha suerte.