40- Facsimil. Por F. Killer
- 14 junio, 2011 -
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I
Soy inocente y doblemente inocente del único crimen que me imputan.
Ahora, después de haber cumplido sentencia, ahora que voy a entregar mi cuerpo a la tierra, necesito que lean estos hechos y exculpen mi memoria de injusto veredicto.
Acudí a aquella cita ignorando que me dirigía a mi ocaso. En la placeta, formada por tres edificios, un cartel Escocia S.A., señalaba una librería de lance. Busqué la puerta trasera rodeando el edificio y me encontré frente a un acantilado donde rompían las olas. Las gaviotas y los cormoranes subían y bajaban entre agudos chillidos, metiendo su pico en las aguas. Un carroñero planeaba cerca. Arrimé mi espalda a la pared, caminando con cuidado para no deslizarme hasta las aguas. Un buen sitio para deshacerse de un fardo incómodo, o pasar alijos, pensé.
Entré en la librería. El viejo se identificó. Abrió en el suelo un portillo que conducía a una cripta excavada en la roca. Olía a pegamento a tinta fresca y a papel. En el cabecero de la nave, una mesa: un ara, donde se extendían , una cámara fotográfica, cordobanes, buriles, botes de cola, pan de oro, oro líquido y un recipiente con una pasta de color blanco lechoso. A la izquierda una imprenta, y un telar con cuadernillos a medio coser. A modo de retablo, un anaquel guarnecido de facsímiles. Introdujo la mano por entre los libros y accionó un mecanismo. Se abrió un pasadizo que daba al farallón:
−Por aquí deberá huir.−lancé hacia abajo una mirada llena de respeto.
− ¿No hay otra salida? −mi consulta no obtuvo respuesta.
−Siéntese. −me ordenó con una cenagosa mirada de pantano.
−Usted dirá.
−Tengo un problema: un moroso −abrí la boca para preguntar−. No hay preguntas, ni ahora, ni nunca. Todo lo que tiene que saber; los pasos a seguir, están en el dossier −me atajó asomado a sus dos pozas estancadas.
−De acuerdo.
−Tenga, lo convenido –añadió tras unos instantes de silencio.
Sus manos luctuosas me extendieron un sobre con dinero. Cuando terminé de contar, lo guardé en el interior de mi chaqueta.
−Está bien –respondí y acto seguido me alargó una carpeta.
−Ésta es su tarea. No se desvíe del horario: a las 12 a.m. ha de estar todo consumado para deshacerme del cuerpo.
Era el primer trabajo que me encomendaba el librero. La mecánica del encargo era fácil, la remuneración buena. La única condición: no hacer preguntas. Me dispuse a seguir de inmediato las instrucciones. Me calé el sombrero, y con el cuello de la gabardina alzado me protegí del viento del norte y de la llovizna. Mi boca expelía pedazos de bruma que se fundían con la densa niebla. A través de calles encharcadas llegué hasta un edificio con aspecto de castillo. Comprobé la dirección. Sí, era allí. Llamé dos veces. Los ladridos de un perro me confirmaron que estaba habitada. Esperé. Alguien se acercaba. Descorrió los cerrojos con ruido de cadenas. Me encontré frente a un hombre, cuya estampa me era familiar, acompañado por un sabueso con bozal.
−Tenga, de parte de la librería Escocia.
− Pase, pase, no se quede fuera con éste tiempo.
Sobre el velador de la entrada deshizo el envoltorio. A la vista quedó un hermoso facsímil. Las palmas admiradas de sus manos acariciaban las tapas. Lo abrió por una señal: un separador de fino terciopelo marcaba una página en blanco. Adherida a ella, un saquito de suave papel seda. Además, una nota con la caligrafía de mi mandante:
Jonás: no creas que ésta página es un fallo de reproducción, es copia fidedigna. Como verás, una rareza. Si quieres disfrutar del original, en oro y seda, te espero en mi imprenta después de cerrar: el día 3 a las 22,30.
Fdo. Scourie.
Los ojos de Jonás se abrieron con una voracidad sanguinaria que por un segundo me extrañó. Su voz era fuerte y enérgica y su boca dibujaba una mueca ácida:
−Diga que iré −a continuación me interpeló. − ¿A qué huele?
− ¿Cómo?
− ¿A qué huele? −repitió mientras me acercaba el facsímil a la nariz
−A tinta fresca, a papel caliente −le respondí.
−Humm… como me gustaba ese olor. No sabe como lamento haber perdido el olfato −recordé las últimas palabras del impresor:
−Fíjese bien en su rostro.
− Esté tranquilo, es mi oficio −al reparar con más detenimiento me pareció conocerlo de algo, pero no podía ubicar el cómo, ni el donde.
En la fecha señalada, y con el ánimo aséptico que otorga mi negocio, volví a Scocia S.A. En el camino, tropecé ligeramente con una piedra y ésta cayó despeñada hacia las corrientes. Me celé en el puesto de ojeador que el librero me había asignado. Algo lejano, para mi gusto, de la pieza a derribar. Me senté sobre un grueso fardo envuelto en plástico resistente, atado con gruesa driza trenzada con nudos marineros.
A las veintitrés treinta, Scourie acompañó a la víctima hasta el altar y volvió a la librería. Le dejó pertrechado con una lupa, inclinado sobre el original del siglo XV, disfrutando con sus ojos de experto. La nariz de Jonás, como la de un sabueso, husmeaba la joya: absorbía por una sola fosa nasal haciendo un ruido inconfundible. Apunté a su cuerpo inclinado. Apreté el gatillo. El supresor TAC dieciséis, acoplado al arma, ahogó el estruendo. Salí con premura, sin volver la cabeza. Salí por la disimulada abertura de la cripta. En el silencio profundo de la madrugada, oí, caer un bulto hasta el océano. De nuevo el carroñero planeaba, sin que una lancha motora espantara su ávido vuelo. Mi reloj marcaban las veintitrés cincuenta y nueve.
Regresé a mi guarida, en los confines de la costa, con la conciencia tranquila. Si, con la conciencia tranquila, porque repito que soy inocente.
Sumé el dinero recién cobrado a mis ahorros. Tenía la fortuna suficiente para abandonar la casa donde vivía. La casa colgada en los escarpados batientes, cubierta de panocha, que el viento destruía a pesar del alquitrán que la entramaba. La casa de mojadas habitaciones y un retrete por cuyo ojo, a veces, asomaba el océano. Era rico para irme al sur, buscando tiempos más benignos, sin esa humedad que como zarpa se aferraba a mi garganta, clavándome cuchillos de dolor que luego bajaban a los bronquios, haciéndome toser, yo mismo hecho esputo y vaho. Huir de la noche perenne causante de mi pérdida de visión. Iniciar una vida nueva donde nadie supiera; preparadas las falsas palabras, para quien se interesase por mi pasado.
Estando en estos pensamientos y preparando mi equipaje, llamaron a la puerta.
II
Un mensajero traía un inesperado encargo: un paquete con una llave y una nota mecanografiada de Scourie. Me extrañó que en lugar de escribirla a mano, como anteriormente, prefiriese la máquina. Pensé que sería por seguridad. En ella, me encomendaba con urgencia otra misión. Ésta con algunas variantes. No habría entrega previa del facsímil. Pagaba el doble, pero a término. La cantidad era golosa.
Anduve en vela. El trabajo era aún más fácil de ejecutar que la vez anterior. Sin embargo: ¿para qué exponerme? Pero aquel monto me iba a permitir buscar una mujer joven que me diese hijos, compañía y atenciones. He visto hombres acaudalados matrimoniar con mujeres lozanas. Yo había crecido en un orfanato, instruido y educado severamente por los clérigos de la parroquia. Sin familia: sin más calor que una arpillera por cobertor, un tejido de yute como sabana húmeda sobre mi cuerpo. Ya desde niño sufrí la inflamación de las articulaciones, hasta producirme fiebres que aún perduran. Sin amigos: la amistad no era posible, porque solo supervivías si delatabas a tus compañeros. Una infancia de privaciones. Sólo una vez al año comíamos carne, un pequeño trozo sobre el que escupíamos velozmente, para que los compañeros de mesa no te la arrebataran.
Dudaba en aceptar aquel trabajo por una desazón interna. Conforme avanzaban las horas mi inquietud aumentaba: algo indefinido me hacía desconfiar. No podía dormir. Sentía en mis costillas los alambres del somier. Me levanté a prepararme unas hierbas calmantes. Miré por la abertura de la mirilla. No había luna. Era noche cerrada y llovía sin tregua. Atormentado mi espíritu vi clarear el día, como clarea por éstas lindes, de forma indecisa. La imagen de una mujer joven y una familia en mi futuro, me disipó las dudas para tomar una resolución.
Aceptada la misión, desanduve el camino hacia la librería. Demasiado pronto para mis astucias, sin esperar a que mis facciones se perdieran en el calendario. Tenía algo de tiempo. Entré en la taberna para deshacer el sabor a metal oxidado en mi boca y mitigar la desazón que por primera vez sentía en el estómago. El gusto caramelizado de la malta tostada, alivió mi garganta convertida en lodo putrefacto. Desde la ventana controlaba la plaza. De golpe empezó a tronar. Violentas ráfagas de viento arrastraban ramas de árboles por el suelo. La lluvia se convirtió en granizo. Un relámpago dio una luz fantasmagórica al lugar. Me pareció que unas sombras merodeaban la casa del librero. Rechacé la idea por deshoras: posiblemente fuese efecto del terrible rayo duplicado en las aguas del océano. A esto siguió una oscuridad paralizante.
Un telón negro veló todo el paisaje.
III
Tuve la sensación que se había parado el mundo. Deposité en el velador unas monedas generosas para el tabernero: no quedaba tiempo para esperar el cambio. Recorrí el trayecto, inclinado contra la dirección de la borrasca. Repasando mentalmente las instrucciones de Scourie que tanto me facilitaban las cosas. Él, citaría al deudor. Yo no tendría que esperar a que la víctima se ofreciera
−Nada más pise el sótano el interfecto, vacíele el cargador. –el patrón, como la vez anterior, ordenaba cumplir su orden con precisiones.
Entré de tapado, por el hueco disimulado de la cripta. La llave abrió silenciosamente una cerradura recién engrasada. Avancé con cautela. Tanteando con mis manos. Evitando tropezar. En el escondite, eché de menos el fardo atado con gruesa driza. Por la escaleta descendió una sombra.
Tres disparos bastaron. Después esperé que bajara Scourie. Tardaba. El cuerpo permanecía inmóvil. Miré mi reloj: el minutero se deslizaba lentamente. A mi lado una brazada de papel esperaba su paso por la imprenta. Para dominar la demora me entretuve en contar mentalmente las hojas, de un tacto áspero como papel secante. Al llevarme los dedos a la boca, noté un sabor amargo, quizás conocido.
Afiné mi oído esperando oír pasos. Mi mirada oscilaba del cuerpo yacente, al cuadrilátero de luz que entraba del piso superior. Me incorporé estirando mis piernas. Me dirigí a la escaleta. Sujetando los tramos finales llamé a gritos a Scourie: mi voz resonó sin eco. Subí unos peldaños y asomé la cabeza: la librería estaba solitaria y en silencio.
Una intuición cruzó mi mente.
IV
Abrí la otra tabla del portillo, el cuadrilátero de luz se duplicó hasta enfocar el cuerpo sin vida. Me acerqué despacio. Los cinco sentidos alertas. No oía respiración ni jadeo alguno. Con mi pie empujé despacio el cuerpo tendido. Osciló ligeramente y volvió a su postura decúbito prono. Convencido que no había resto de aliento, con una seca patada, volteé el cuerpo.
A mi vista se ofreció el cadáver: un brazo permanecía crispado junto al pecho en un intento vano de cerrar la herida; el otro quedó abierto, con la palma hacia arriba, mostrando en su mano luctuosa, hojas de facsímiles impregnadas de cocaína. En su rostro, los ojos, que permanecían abiertos, tenían una extinta mirada cenagosa de pantano. Sí, era Scourie.
En ese momento la puerta falsa, que juro cerré, se abrió. La tormenta había pasado. Entraba una espectral claridad. Algo se abalanzó sobre mí. Noté los dientes de un perro sabueso clavarse con saña en mi mano. El dolor me hizo soltar la pistola.
Quedé espantado. Allí estaba Jonás, luciendo con cinismo su chaleco antibalas.
Con voz fuerte y enérgica me dijo:
− ¡Entréguese: ha matado a mi hermano!
40- Facsimil. Por F. Killer,
Bien. señor Killer, tiene buen ritmo, algo de acción y un héroe al que le falta suspicacia para sobrevivir en el género suspense.
Buena prosa e imágenes divertidas.
Falta trabajo en acentos y puntuación.
Un relato divertido.
Suerte.
Un relato entretenido que mantiene la intriga hasta el final. Suerte.
RELATO ENTRETENIDO AUNQUE LE FALTÓ ALGO MÁS DE FUERZA. SUERTE
Tengo que leerlo tranquilamente.
Suerte
Una lectura ligera y entretenida, lo que siempre se agradece. Me han gustado algunas imágenes, como lo de la cenagosa mirada de pantano (que por desgracia se repite al final del texto; hay que dedicar un poco más de tiempo a la revisión) o lo de «asomado a sus dos pozas estancadas». También se repite un par de veces «mano luctuosa»; si fuesen expresiones tan habituales no chocaría tanto. Otra tontería, en este caso mía: los gritos de los cormoranes nunca son agudos sino más bien graves; reconozco que es un detalle tonto, fruto de mi afición a la ornitología, pero siempre está bien documentarse cuando recurrimos a este tipo de descripciones. De todas maneras, mi valoración general es positiva.
Suerte
Prometí leerlo más tranquilamente y lo he hcho ahora.
Creo que es un relato bien escrito dentro del suspense,temática que tiene que gustar para que guste el relato.
A mí me ha agradado.
Suerte