VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

23-Mélody. Por Leonard

            La mujer sentada tras la mesa se había esforzado en presentar un aspecto normal, lo que no es frecuente entre las de su gremio. No parecía pitonisa sino un ama de casa que saliera a cenar  atosigada por la pena; la que desbordaban sus ojos vacunos y trágicos. Era tanta su aflicción que uno esperaba que, de un momento a otro, corrieran lágrimas por sus mejillas enjutas. La nariz, fina y larga, asemejaba un dedo acusador dirigido al hipotético cliente. A pesar del traje de chaqueta color burdeos, del hilo de perlas falsas y del broche en la solapa, parecía lo que era, alguien que hablaba a diario con los muertos. Fabiana, la médium

            Obediente a la invitación de Fabiana, el hombre que vacilaba  en el umbral, entró, cerró la puerta y ocupó la silla, sólo la mitad de ella, frente a esa  mujer, casi inmaterial de tan delgada, que debía salvarlo de sus demonios cotidianos. Y se quedó allí, tieso, sin rozar siquiera el respaldo del asiento, enmudecido por los nervios o por el miedo a poner en palabras su apremiante petición.

           —Dígame, qué quiere de mí

            La voz, que pretendía ser acogedora, era sin embargo aguda y helada, Andrés hubiera querido marcharse pero recordó que este era su último asidero, de modo que levantó los ojos y trató de sostener la mirada inquisitiva de la mujer.

            —Empiece por cualquier parte. Y cálmese, yo puedo ayudarle.

            Quizás porque las últimas palabras de Fabiana sonaran más humanas, o porque transmitieran seguridad, Andrés comenzó a hablar entre tartamudeos, que se fueron corrigiendo a medida  que los recuerdos  tomaban forma en su mente.

           Y esta es la historia que Fabiana hubiera preferido no oír. 

           —Hace tres años yo estuve en la guerra, una guerra que no era mía y para la que no estaba preparado. Tanto tiempo sesteando en el cuartel, haciendo guardias y ensayos de escaramuzas,  que cuando me vi en un frente auténtico, con un enemigo real delante, sentí un miedo cerval. Pensé, al ver morir gente a mí alrededor, que yo no estaba preparado para matar. Y muchos menos para morir.  Si hubiera servido de algo habría suplicado que me sacaran de allí. Yo no valía para esta guerra terrible, tan distinta de la fingida. Pero de allí solo saldría cuando hubiera terminado nuestra misión que, paradójicamente, al decir de los mandos, era una misión de paz.

           El instinto de supervivencia y el tiempo lograron al fin hacer de mí un soldado en toda regla. Cuando se trata de tu vida o de la del otro, tienes que escoger de prisa y sin dudar. Y para eso has de ser  fuerte y duro. No puedes  desmayarte al ver los trozos del  soldado que estaba a tu lado, hombro con hombro,  un minuto  antes. Tienes que agradecer a tu suerte que la granada no te alcanzara a ti, sino a él. Pero cuando eres capaz de conservar la cabeza fría ante tales espectáculos, es que algo ha muerto en ti, algo que te estorbaba para la guerra pero que echarás de menos en la paz: la piedad. Un soldado no puede tener piedad.

           Y la paz estaba allí, a la vuelta de la esquina, una paz de mentira, sólo una tregua entre dos carnicerías, pero al menos no era el frente ni se oían los obuses. Estábamos en lo que fuera el salón de masajes de madame Luzi, allí no había habido propiamente masajistas sino chicas amables que te adivinaban el pensamiento. No les sería demasiado difícil, tan predecibles somos los soldados…Pero cogidas en mitad de un avance o una retirada, para el caso da lo mismo, las chicas, la mayoría de ellas, habían logrado huir. Allí había un poco de comida pasada, algunas botellas de vino y… Melody. Éramos ocho en el grupo. Deambulábamos por el edificio vacío en busca de algo que no fuera vino, cuando la encontraron. Si estaba allí, es que era puta. Qué más podíamos necesitar después de seis meses sin catar mujer. Yo no estaba con ellos, me quedé dormido en una mecedora antigua, parecida a la que había en casa de mi abuela, tal era mi cansancio. Me despertó la urgencia de sus voces. Me tenían preparada una sorpresa –Andrés, mira que te hemos guardado, tío, ven, no te lo vas a creer-

           Para sobrevivir en una guerra hace falta peder el miedo y no tener piedad, eso ya lo he dicho antes, pero hay algo más, hay que pertenecer a un grupo, tener amigos y serles  fiel. Ellos eran mis amigos. Sé lo que está usted pensando, señora, tal vez la chica no era una trabajadora del salón de masajes, sino alguien que se acercó allí buscando refugio o comida. O sea, no era puta. Pero eso mis compañeros no lo sabían, ni siquiera lo pensaron. Y tampoco importaba. Yo no estaba, pero llegué a tiempo y  no podía saber que todos habían pasado ya por ella.  Pero así era. Me tocaba. No podía despreciar el regalo. Eso no lo hace un hombre. La mujer parecía ajena a mí, gemía bajito y mantenía su antebrazo sobre los ojos. Era muy delgada.  Yo me afanaba en conseguir mi gusto, el cansancio, el hambre, no  ayudaban mucho. En un último envite me corrí, ella gritó, fue un aullido desgarrado que paró en seco mi excitación, salté de encima de ella, la miré tan pálida, tan quieta. Acostumbrado a tener alerta todos los sentidos, alcancé a oír algo parecido a un goteo. Miré a mí alrededor, tenso, asustado. De pronto me fijé en mis botas, hasta ellas llegaba un hilillo rojo mugre, caía de la estera que cubría el catre. Las gotas formaban un charco, el charco corría en hilillos, la mujer estaba quieta. Me sentí mal,  yo no había sido, yo era él último, ellos lo habrían hecho. Corrí y corrí. Tenía que alcanzarlos, iban todos juntos riendo, borrachos.

           —Qué, ¿qué te ha parecido Melody?

           — ¿Se llama Melody?, de qué la conocéis

           —No,  nadie la conoce, ha sido una ocurrencia de Manolo, le ha entrado la flojera y se ha puesto a llamar a su novia

           Qué podía hacer, corríamos campo a través, allí no había médicos, ni hospitales… seguramente ya habría muerto. Tal vez estuviera enferma…Yo no sé…

          Luego regresó la guerra, más sangre y más muerte. Y el miedo.

         Mucho tiempo después volvimos a casa a lo que debía ser la paz. Pero no para mí. Cada noche me visita Melody; está  allí en la cama, pálida y quieta. Pero ahora no se cubre los ojos con el brazo, me mira y su mirada es de hielo. Me da miedo, más que la guerra, más que la muerte. No puedo soportarlo más. Por eso he venido, para que  usted hable con ella; dígale que no fui yo, alguno de los otros lo hizo, yo llegué al final, no sabía nada, no podía saber…ellos dijeron que era puta, yo les creí. Dígale que lo siento, que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para que me deje en paz. Lo que sea. Lo que me pida, por difícil que sea.  No puedo vivir así.

         Fabiana lo miraba horrorizada, aún más pálida que de costumbre, se mordía el labio inferior mientras pensaba qué podría decir a este hombre desesperado que confiaba en ella.

        —Verá, las ánimas no acuden siempre a mis llamadas. La verdad es que sólo de vez en cuando lo hacen. Y además, no sabemos quien era, ni su nombre, nada ¿cómo voy a convocarla?

       —Inténtelo, por favor.

        La mujer se replegó en si misma, apretó los ojos y extendió sus manos delgadas, se forzó a pensar en una mujer violada hasta la muerte, en un país comido por la guerra. Evocó, a pesar de su rechazo, el catre con la estera, el salón de masajes, el aullido triste de Melody…pero ella no acudió. Lo siento, dijo extenuada por el esfuerzo, nadie ha respondido, no nos escucha o no sabe que la llamamos.

       Andrés siguió sentado, la cabeza metida entre los hombros, los brazos colgando, desgonzados. Levantó los ojos hasta los de ella para volver a suplicar,  apenas sin voz.

       —Lo siento, le repito que no puedo hacer nada

       —Yo sé lo que quiere. Quiere que vaya a buscarla. Yo personalmente, sin intermediarios.

       —No diga eso. Debe acudir a un médico, él lo curará, usted está enfermo.

       Andrés se levantó decidido, dejó un billete sobre la mesa y salió de la habitación. Enfiló la calle de prisa, resuelto. Caminaba mascullando una y otra vez la misma cantinela –yo iré, yo mismo iré….

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