VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

12- El compromiso. Por Salomé

Era un día precioso que invitaba a pasear entre las plazas del centro de la ciudad, acababa de celebrar mi veintisiete cumpleaños y me regalé unas horas para callejear entre ese montón de tiendas y el bullicio que te engulle y neutraliza haciéndote invisible. Sin embargo cualquier rincón puede depararte una sorpresa.

– ¡Santo cielo! ¿Eres tú?

Antes de darme cuenta tenia a una señora dándome dos cariñosos besos sin que pudiera recordar su nombre. Mientras me preguntaba, alguno de sus gestos me parecían familiares, pero era incapaz se situarla en mi memoria. Tras unos minutos de conversación intrascendente no tuve más remedio que claudicar, pedir disculpas y, con una sonrisa cortés, preguntarle de que nos conocíamos.

Se quedó mirándome un tanto incrédula pero respondió rápidamente.

-¿Tienes tiempo para un café? Quizá necesite algo de tiempo para explicártelo.

Tenía todo el día, hacía sólo un par de meses que estaba en la ciudad , el traslado, la búsqueda de trabajo , el contacto con algunos familiares, amigos y conocidos me había tenido muy ocupada, así que al fin podía disfrutar unas horas y desconectar de todo lo que había pasado los últimos y caóticos meses de mi vida. Pero estaba visto que no iba a ser así y en definitiva, pensándolo bien, tampoco me importaba demasiado.

Nos fuimos a tomar algo a un restaurante cercano mientras me explicaba que esta ciudad representaba mucho para ella y que a pesar de llevar 40 años viviendo aquí no había perdido un ápice de su encanto. Yo la miraba repasándola de arriba abajo. Era esbelta y vestía con gusto y a pesar de que me parecía bastante mayor, estaba discretamente maquillada y conservaba una belleza que irradiaba optimismo, quizá porque sonreía constantemente.

Me habló de mis padres, de lo mucho que tuvieron que pasar en años de precariedad para sacarnos adelante en una sociedad pobre, pacata y reprimida.

– Deberías ser más comprensiva con ellos-

Desconcertada traté de preguntarle otra vez de qué nos conocíamos, pero alzó la mano e insistió en que la diera tiempo y ¡que remedio! se lo concedí ciertamente intrigada.

Siguió hablándome de mis hermanos, dándome algunas claves de sus actitudes despectivas e intransigentes conmigo.

– Ellos no pueden entenderte, pero no es culpa suya ni tuya. No sólo sois muy diferentes, tú eres inteligente y tienes un coraje que admiran profundamente pero al mismo tiempo envidian con encono. Y tendrás que vivir con eso.

No salía de mi asombro, pero tampoco quise interrumpirla de nuevo, todo lo que decía tenia sentido. Mis problemas familiares, partían de la falta de aceptación de mi forma de ser independiente. Quería estudiar mucho, irme a una gran ciudad y vivir sola pero, sobre todo, tenía la necesidad absoluta de aspirar a encontrar mi propio camino frente a la imposición de una vida claramente programada desde un orden que yo ni comprendía ni aceptaba. Todo ese choque familiar me hizo enfermar hasta el punto de caer en una profunda depresión. Probablemente mi memoria estaba trastocada tras los meses de largo tratamiento que había tenido que afrontar y quizá esa era la razón de no encuadrarla convenientemente entre las amigas de mi madre o de la familia.

– En cuanto al amor, vívelo intensa y honestamente, pero no esperes demasiado.No abandones tus ilusiones, sujeta el timón de tu vida a pesar del cansancio, eso te irá desgastando pero no caigas en la tentación de dejarte embaucar por los halagos o las carantoñas, sigue defendiendo, día a día, minuto a minuto, tu forma de entender la vida.

Me fijé en el único anillo que llevaba y que no dejaba de trastear, era un solitario de oro blanco, no demasiado grande pero con un diseño precioso.

-¿Te gusta? – me dijo mirandolo con cariño- este anillo representa mi compromiso con la vida, la lucha por mantener la propia identidad, la aceptación de las adversidades y la pugna continua con el entorno y conmigo misma por conseguir esos sueños que siempre me impulsaron. Una manera de recordar que cumplir años con ilusión, a pesar de un largo y difícil camino, merece la pena. Y eso es lo que te debo a ti.

En ese momento ya no pude más y me puse seria tensando mi espalda. Ella sonrió dulcemente y pasó suavemente la servilleta por sus labios mientras me miraba fijamente. Sin darse por aludida dejó la servilleta, cogió su bolso, se levantó y mientras se encaminaba a los servicios me dijo:

– Si, a ti, eres muy joven, tienes ímpetu y energía. Te recuperarás completamente y cuando menos te lo esperes sabrás porqué nunca olvidaré lo que hiciste por mi.

Nunca volvió, ni supe más de ella y tras algunas semanas sus palabras se perdieron en el tiempo y el olvido, como si hubiera sido un mal sueño… hasta hoy.

Hoy si, curiosamente y sin darme cuenta, un desasosiego me ha envuelto como si algo grave pudiera suceder cuando he ido a buscar mi anillo de compromiso y no estaba en su lugar habitual. Un pequeño brillante de talla antigua engarzado de forma muy original. He sentido miedo al pensar que no apareciera, hasta me he puesto a llorar. Y en medio de esa angustia, todas sus palabras han resonado en mi interior integras conformando vivamente de nuevo ese recuerdo extraño y lejano perdido en mi memoria: “Esa alianza representa mi compromiso con la vida… Y eso es lo que te debo a ti.”

He tratado de tranquilizarme y por fin he respirado tranquila, cuando he visto a mi hija con el anillo en su mano haciéndome un guiño.
Hoy estamos todos juntos en casa, tres hijos y siete nietos. Celebramos mi 67 cumpleaños, y aunque algunos sueños no cristalizaron, otros muchos si y ciertamente aún tengo muchas ilusiones.
Todo se lo debo a ella, es verdad, a esa joven que decidió vivir con su propio criterio aunque tuviera que enfrentarse titubeante y sola a todo un mundo de dificultades y de incomprensión.

Soplé las velas y brindamos. Yo brindé por ella… por mí.

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