V Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen

12 abril - 2008

162-La cadena del perro. por Chancay

Encarnación y Florencio son un matrimonio mal arriado. No tienen hijos y se emborrachan todas las noches.
Viven en el Valle; en una plantación de frutales, heredada por ella que se fue achicando a raíz de sucesivas ventas de las mejores parcelas, un poco por ignorancia y otro poco por la mala administración de Florencio.
Ella es una mujerona grandota, obesa y fea. En cambio Florencio es bajo, flaco y debilucho. Eso desiguala las posibilidades a favor de ella, cuando empieza la trifulca. Cualquier diferencia de opiniones genera una pelea en las que no falta el vuelo de platos y sillas.
Estando borrachos no tienen absolutamente ninguna coincidencia en su manera de pensar. Hace tiempo en cambio coincidían en una sola cosa. Querían tener un hijo. Un solo hijo para poder descargar en él una parte del trabajo. Pero a partir de allí discrepaban en todo. Incluso ella quería una niña y el un varón. Lo buscaron por más de diez años.
Pasaba el tiempo y no había los embarazos no prosperaban. Se recriminaban recíprocamente y se insultaban, también a partir de esas recriminaciones. Realmente no había, casi, momento de paz entre ellos.
Encarnación se hizo estudios de fertilidad y dos tratamientos que fracasaron. Incluso pasó varias temporadas haciendo reposo, pero los abortos espontáneos ocurrían inevitablemente.
Un día el doctor Ibarra le pidió a Encarnación que volviera con Florencio; tenía que hablar con los dos acerca del problema aunque le adelantó que no era culpa de ella lo que ocurría; que su fertilidad estaba fuera de discusión.
A  regañadientes Florencio aceptó ir el médico quien, sin mucho preámbulo, le explicó que no tenían hijos porque uno de los dos no podía procrear y que era muy probable que el infértil fuera él. Se demoró más tiempo explicándole la conveniencia de efectuarle una serie de estudios y de la necesidad de que ambos tomaran en serio el problema.
Florencio se puso como loco. Se levantó y se fue sin saludar y dando un portazo. Despotricó todo el camino de vuelta hasta la plantación. Maldiciendo y jurando que a él no le iban a hacer ningún estudio. Y menos ese. Como buen bruto y mal hablado le grito a la esposa: – a mi no me van a andar revolviendo la leche.
La mujer, bruta como él,  aunque un poco mas conocedora del tema debido a que se había tomado el trabajo de informarse, sonreía.
Esa sonrisa en los labios de Encarnación enojaba más a Florencio. Para colmo, llegando a la plantación ella no tuvo mejor idea que decirle: – No es para tanto. Solo te pincharán un huevo y te sacarán una muestra para analizarla. 
Florencio hervía. Tanto que entrando a la finca, a la altura del cuadro de limoneros, en el recodo, y ante una nueva sonrisa de la mujer, Florencio la amenazó:
– Seguí riendo nomás. Te voy a dar el mismo tratamiento que a las plantas de limones.
Sonrió también Florencio mientras miraba las plantas con sus ramas dobladas por el peso de los frutos.
Encarnación no le dio importancia hasta que recordó que un día había visto a su padre pegarle a las plantas de limones con la cadena del perro. En rigor de verdad en la plantación, desde siempre, fue la cadena utilizada para golpear los limoneros. Cuando apareció el perro, que fue lo único que aportó Florencio al matrimonio, la cadena sirvió, también, para atarlo ocasionalmente.
También recordó la explicación que le diera el técnico del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria cuando ella le preguntó porque su padre golpeaba el tronco de los limoneros con la cadena.
El Ingeniero agrónomo  le dijo: – Los cítricos que no producen frutos deben ser estimulados. Los golpes con una cadena lastiman la corteza del tronco y hace que la planta produzca hormonas vegetales para cicatrizar las lesiones. Esa liberación de auxinas genera, también, una mejora en la calidad del fruto. Produce más y mejores limones.
A la noche, luego de su acostumbrada borrachera de sobremesa, Florencio soltó el perro y subió a la habitación arrastrando la cadena, cuyo extremo golpeteaba en cada escalón.
Miró con fiereza a su mujer, pero le habló tranquilo:
– Primero probaremos con la cadena… si no da resultado, me haré los análisis.
Sin más, y cambiando las palabras por un silbido largo, la cagó a cadenazos.

161- Emma y el articulista. Por ASOR
163- Un día de pesca. Por Serencita


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Participantes

Norma Jean:

Historia, una vez más, de canallas, de hombres a erradicar. Ójale este relato contribuya a concienciarnos más a todos sobre lo que se nunca se debe tolerar, aunque aparentemente esté barnizado de incultura. Mucísima suerte.


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