Se quedó rígido como una estatua delante del escaparate de la tienda de electrodomésticos al ver la imagen de su ex novia en las ocho pantallas de televisión. Así multiplicada, le daba una sensación de irrealidad, como si algo sobrenatural la hubiese traído a su cabeza después de ocho meses de separación tratando de olvidarla sin éxito, después de cuatro meses sin encontrársela siquiera por la calle.
Despertó de su inmovilidad, entró en la tienda sin mirar a nadie y, sin pedir permiso, subió el volumen de uno de los televisores y la escuchó confesándole a su actual pareja que quizá deberían acabar con su relación porque ella pensaba todavía demasiado en su ex novio. Pensaba todavía en él. Ella, que le había dicho que nunca podrían volver a estar juntos porque no soportaba su incapacidad para estar a gusto, esa propensión suya a encontrarle pegas a todo, incluso a las cosas buenas, las grandes cosas que había conseguido en la vida, entre las que -ahora lo sabía- sin duda estaba ella, la misma que salía en la tele diciendo todo aquello.
Vio un número de teléfono en la pantalla y decidió llamar. Él, que nunca había aprobado este tipo de programas, pretendía convertir uno de ellos en el vehículo para volver a aquel amor que -ahora lo sabía- nunca debió dejar escapar. Marcó el número y una operadora con voz impostada de cursillo acelerado le tomó los datos y le dijo que lo llamarían llegado el caso, sin darle tiempo a explicarse. Después de varios minutos sin recibir la llamada de vuelta, volvió a llamar y se repitió la misma historia. La llamó al móvil, ya desesperado, pero no recibió señal y no tardó en ver, hundido, cómo aparecía repetido en ocho pantallas el abrazo de reconciliación de su ex novia con su actual pareja.
Pensó en llamarla al día siguiente pero no lo hizo porque sabía que aquella había sido su última oportunidad y la había desaprovechado.
Llevaba un mes tratando de quitársela de la cabeza cuando recibió una llamada de la emisora de televisión que le comunicaba que había sido el ganador del sorteo telefónico del coche y comprendió y preguntó, entre contento y resignado, por el vehículo y lamentó que no fuera rojo, que era el color que en realidad le hubiera hecho ilusión.