Oth estaba satisfecho. Su excursión de caza había comenzado en forma provechosa. Un magnífico ejemplar de tirrit yacía muerto a sus pies.
No le había costado mucho trabajo lograrlo. Sólo paciencia subido a un árbol sobre el río donde acostumbraban ir a abrevar los animales. Dejarse caer sobre uno de ellos y sólo dos poderosos golpes de puño fueron suficientes para dejarlo fuera de combate. Oth era fuerte y decidido. Oth era valiente. Oth podía alimentar a su tribu. Esos pocos conceptos en su incipiente cerebro alcanzaban para dirigir su vida.
Con su cuchillo de piedra cortó el cuello del inerte animal y bebió su tibia sangre. Luego procedió a despellejarlo lo más prolijamente que pudo pues sabía que la carne, adherida a ella, se descomponía rápidamente.
Se sentó sobre un tronco a descansar. Estaba orgulloso de la fuerza de sus brazos pero sin embargo otra fue la sensación que lo embargó. Gork era el jefe de la tribu y no creía que fuese tan fuerte como él. Sin embargo Gork era el jefe y no Oth. Existía una razón. Gork había derrotado con facilidad a todos aquellos que habían intentado luchar con él, aunque algunos de ellos eran más robustos que aquél. Oth había deseado desafiarlo en más de una oportunidad pero una cierta voz interior le aconsejaba no hacerlo. Gork usaba en su mano derecha una larga y pesada rama de árbol con la que virtualmente aplastaba a cualquier rival.
¿Porqué no podía Oth tener una igual?. Miró a su costado. En el mismo árbol en que estaba sentado había una parecida. Con un poco de esfuerzo la arrancó y la blandió en sus manos. Tres o cuatro movimientos de práctica le otorgaron suficiente confianza en su nuevo implemento y con él salió a continuar su raíd. La rama tenía en uno de sus extremos el resto de una horqueta cuyos brazos, al golpear, podrían eventualmente lacerar la piel de sus víctimas..En dos o tres horas de caza la eficiencia de los esfuerzos de Oth aumentó enormemente produciéndole nuevas víctimas con cuyos cuerpos sangrantes regresó a la aldea.
Un vago sentido de mantenimiento de la privacidad de su descubrimiento al cual, sin saber por qué, le otorgaba importancia suma, hizo que dejara su rama escondida en el hueco de un árbol y que no le comunicara a nadie la existencia de su nueva ‘herramienta’, palabra todavía no conocida en su tribu.
Sus integrantes lo recibieron con grandes muestras de alegría, aunque mereciendo sólo un gruñido de indiferencia por parte de Gork.
Las horas siguientes pasaron en medio de la algarabía producida por la abundancia de comida y las recelosas miradas de Oth a Gork y de éste a aquél. Parecería que las vibraciones de ambos encontraban un mismo nivel (no alcanzado antes) que los llevaría a una próxima e inevitable colisión.
En las semanas siguientes la suerte de las operaciones de caza de Oth continuó. Oth se hacía cada vez más práctico en el manejo de su bastón (en tanto que Gork sólo utilizaba al suyo en contadas ocasiones en sus luchas contra los contrincantes, cada vez en menor cantidad, que osaban desafiar su poder).
Así. las cosas Oth notó que el extremo nudoso de la horqueta era más útil para herir a sus víctimas que el liso extremo del otro lado. Sentado en su tronco favorito acariciaba su bastón, sintiendo el sentimiento de felicidad que lo embargaba. ¡El y su bastón!. ¡Su bastón y él! Con un impulso instintivo, atávico, se inclinó, corto unas flores y las entrelazó con las ramas de la horqueta. Se separó un poco de él y contempló a la distancia a su bastón así engalanado. El color de las flores y principalmente su olor lo hicieron pensar en Lilith. De repente lo acometió, con gran sorpresa de su parte, un fuerte impulso sexual. ¿Viendo un palo con flores?. Lo cierto es que esa sensación era muy plena, muy grata. Cerró sus ojos y se recostó plácidamente a su costado. Casi podía sentir la presencia de la hembra a su lado. Pero al reincorporarse cambió el enfoque. Su vista se posó, al azar, en una piedra. Miró su tamaño, evaluó su peso y la colocó entre las ramas de la horqueta, reemplazando a las flores. Encajaba. Su arma tenía ahora otro peso y éste se distribuía de distinta forma entre los dos extremos.
Su próximo ataque fue extraordinario. De un solo golpe mato a un karak casi tan grande y pesado como él. Un grito de alegría brotó de su garganta y al instante imaginó a Gork en el lugar del infortunado animal, y automáticamente se sintió jefe de la tribu. La incipiente base de datos que se iba forjando en su cerebro en oportunidad de cada nueva experiencia, fijó, con carácter indisoluble, la relación, arma, comida, poder. Todo ello con un placentero condimento de satisfacción personal.
Mientras despellejaba la presa, miró orgullosamente a su bastón. La piedra si bien había logrado su objetivo, se había desprendido de la horqueta por efectos del golpe.
Con un sentimiento de pena reconoció que su invento serviría para un único intento. Con él, se rompía. Volvió a recomponer el arma, la escondió nuevamente y reemprendió el regreso a la aldea.
A mitad del camino vio un panal de abejas salvajes en lo alto de la copa de un árbol.. Esa imagen detonó otra dentro de su cerebro. Volvió sobre sus pasos, buscó el pellejo de karak muerto, cortó un trozo suficientemente grande y con ella envolvió la horqueta, con su piedra dentro.
Ensayó un golpe y la piedra volvió a desprenderse. No se dio por vencido. Corto tres largas tiras de piel y con ellas, a modo de cuerdas, envolvió el paquete anterior. Por prueba y error (largas pruebas y muchos errores) descubrió finalmente al nudo. La base de datos completó el círculo. Podía golpear y golpear y la piedra no se desprendía.
Cosa curiosa. El pensamiento de Oth ya no se centraba en imágenes de caza ni en su bastón adornado por flores, ni siquiera en Lilith. No. Sólo había lugar para la imagen de la cabeza destrozada de Gork y a la tribu vivándolo.
Y así, en aquella lejana aldea de lo que ahora es el valle de Neandar, en Alemania, en unos ciertos cromosomas de aquel habitante se reacondicionó su cadena de ADN y el hombre de Neardenthal inició un nuevo periplo en su evolución. No hace mucho, en nuestra otra punta del desarrollo, otro habitante de esa zona, llamado Krupp, fabricó otro tipo de arma, más sofisticada pero idéntica en su energía esencial. Muchos otros Gorcks sucumbieron debido a su uso
¿Qué hubiera pasado si Oth hubiera optado por poner flores en la horqueta en vez de la piedra?
Lo que hizo debió haber sido una equivocación, ¿verdad?