Icono del sitio V Certamen de Narrativa

89- Era su hijo “El nacimiento”. Por Adeus Tomena

Acabo de nacer y soy fruto de la semilla del mal.

Son las seis de la mañana de un día trece cualquiera para los demás, pero no para mí.

Mis ojos son perlas negras, mi tez es blanca y mí signo es capricornio.

Sin duda, fue el peor día de mi vida.

Días u horas, meses o semanas, no sé cuanto tiempo dormí, ni porque ahora desperté en este preciso momento.

Arropado con sábanas de seda, permanecí inmóvil durante mi tortuosa inmortalidad. Desde que fui bebé, hasta el principio de la realidad.

Ahora tengo 32 años, mi madre es la noche y mi padre la muerte. No poseo ni un solo vello sobre mi cuerpo y mis dientes son blancos y con enormes colmillos y sin embargo no soy un animal.

Nunca me ha dado el sol y tampoco me hizo falta, me alimentaba de carne y vino, el cual me era proporcionado por una anciana dama encargada de mi cuidado y a la que debería tenerle un gran aprecio, pero no es así, ni siquiera le estoy agradecido por aquello.

Todo contacto con el mundo exterior lo hacia por la noche y antes de la salida del sol, tenia una extraña sensación que me hacia regresar a mi agujero, que era como llamaba a aquel pequeño, oscuro y húmedo lugar. Un agujero de aspecto siniestro en el que la claridad no hacia nunca acto de presencia y donde sin saber porque me encontraba refugiado día tras días, protegido de las posibles adversidades a las que me tenía que enfrentar tarde o temprano y que tanto pavor ofrecían a mi persona.

Acaba de pasar las navidades, aunque nunca las celebro. Estoy a punto de cumplir 33 años, de igual modo no es algo que me importe, coincide con el mismo día en que nací, que fue un viernes maldito y presiento que este año será por primera vez un gran día, un nuevo día, otro maldito día como aquel en el que llegué a este mundo.

Todo aquello hacia plantearme la razón de mi existencia, razón la cual no llegaba a encontrar significado.

Son las seis menos diez, quedan diez minutos para aquel momento, diez minutos para la salida del sol, diez minutos para saber que me deparaba el destino y sobre todo… me quedaba diez minutos, para llegar acompañado por mi madre, a visitar a mi padre en el cementerio. El no era mas quien sin haber muerto, yacía en paz o tal vez despierto, entre ataúdes. Y que impregnaba con su esencia a todo aquel que fuera a visitarlo en vida.

Aquella noche era mas larga, el sol tenía miedo a salir y a mi me otorgaba un increíble poder sobre los demás que apenas podía controlar, pero con los que me sentía muy a gusto.

He llegado al cementerio, donde me esperan con ansia, aunque allí no hay nadie más que mi persona.

¡Hola padre! Aquí me encuentro, acompañado por madre.

¿Por qué me has llamado?

Nunca lo hiciste anteriormente y sin embargo este año si.

¿A qué se debe este repentino interés?

Te veo que hiciste muchos amigos, aunque no creo que ellos quisieran ser tus amigos.

¿Les preguntaste?

Seguro que no.

¿Cómo te va? Ya veo que bien, la verdad es que yo tampoco puedo quejarme. A mis recientes 33 años, siento que poseo más energía que cualquiera, a mi rostro no le afecta el paso del tiempo y a pesar de no haber recibido una educación, me siento tan culto como cualquiera o quizás más de lo que nadie pueda serlo.

¡Gracias padre por la herencia que me has dejado!

Aún no comprendo porque me hiciste venir, pero si has detenido el sol para mi, ha de ser importante.

Me siento tan superior a los demás…

Escucho pasos…

¿Quién se acerca?

No veo a nadie

Cada vez están mas cerca, son dos y se dirigen hacia mi, pero no alcanzo a verlos. La curiosidad se apodera de mis alertados sentidos.

¿Quién anda ahí?

Nadie contesta…

¡Padre! ¿Qué ocurre? ¿Qué quieres enseñarme?

No comprendo nada…

Se han detenido y el silencio los acompaña acunando la noche.

Escucho llantos, es un bebé y está intranquilo, mi corazón palpita fuertemente y una extraña sensación me inunda.

Hay más llantos, el bebé ya no llora, pero alguien lo hace.

¿Quién es? ¡Padre!

La siento muy cerca de mí, pero aún no la veo.

Noto su tristeza y sufrimiento.

Es una mujer la que llora.

¿Quién es? ¡Padre! ¡Contéstame!

Está saliendo el sol, pero no puedo irme sin conocerla, los primeros rayos se acentúan sobre su rostro, que se ve reflejado en una lápida de uno de tus acompañantes.

Es una mujer de bello rostro y ternura sin igual, a pesar de que los años la han castigado. Su lágrimas resbalan sobre el lecho de aquel ser.

¿Quién duerme allí?

¡Padre!

¿A quién le arrebataste a esa dulce mujer?

¿A quién le arrebataste a aquel anciano?

¡Padre! ¡Contéstame! ¡Contéstame!

Padre, enmudeces a pesar de mis súplicas.

¿Para qué me llamáis, si luego calláis?

Lo lamento padre, pero he de conocer al culpable de sus sufrimientos, al causante de aquel irreparable daño, al que con su marcha dejó a aquella anciana sumida por tu llamada en tristeza sin igual.

Acercándome a la lápida me arrodillé y lo que mis ojos alcanzó a ver, mi mente no dio razón y lo que escuchaba palpitar, no era mi corazón, sino el de una madre destrozada que lloraba frente a la lápida de aquel niño nacido el día de su muerte, nacido un día trece al igual que yo.

Por fin comprendo donde estoy y a que se debe mi eterno malestar. Y a pesar de que me siento triste por aquellos seres, ya no me encuentro solo, pues sé que en sus corazones late aquel niño que al nacer, el padre muerte lo mandó llamar.

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